Aquí expongo aún más detalles del
viejo y veloz automóvil de su padre. 
Además de las altas velocidades y
su despliegue, pensaba en cómo preocuparse por las complejidades de
la vida cuando el tapizado de cuero se deslizaba tan suavemente en ese asiento de
acompañante. Yo estaba algo así como feliz, y él tenía un auto rápido, cualquier lugar era mejor para empezar de
cero, y sólo debíamos tomar una decisión. Ambos
adoramos esa amistad que surgió entre nosotros, una amistad altruista y
fantasiosa, nos seducía prácticamente todo lo novedoso y lo insólito y
detestábamos sentirnos encerrados, a excepción del interior de ese automóvil,
este era casi una extensión de nuestro cuerpo. Éramos tan altruistas y
fantasiosos, y ese automóvil era tan veloz que descubrimos que nos podíamos
adaptar a cualquier situación, de hecho nos habíamos adaptado con naturalidad a
lugares nuevos que compartímos y nunca antes los habíamos visitado. 
Dentro de él transcurrieron la
mayoría de pensamientos e ideas que nos unían en cierta
medida porque teníamos una avidez insaciable de comunicarnos  y
conocernos, quizás éste era el motivo de nuestros silencios profundos y
meditativos, en ese veloz automóvil nos pensábamos todo el día. Y durante otros
momentos olvidábamos que el amor no necesitaba de teorías y frases y
elaboraciones gramaticales y era cuando  fluíamos intuitivamente, y nos
dirigíamos hacia el objeto de nuestro deseo. (Noté que tenía algo en el
cabello, me abalancé sobre él y se lo quité. O cuando terminamos de nuestras
copas y sin negociar pedimos otras.) Lo más extraño es que alternábamos
nuestras fases de pensamiento y silencios; y nuestras fases de fluidez y
naturalidad, en el mismo instante. Era como si fuésemos el mismo aire, o gravedad, una suerte de inercia: la complicidad intelectual y sentimental entre nosotros dentro del
veloz automóvil de su padre, que también se manejaba por inercia.  
Recuerdo que conducimos el día
entero ese auto, nos turnábamos no tanto por el cansancio sino por la
creatividad que buscábamos, y ya cerca de la llegada de la noche después de
querernos un buen rato en la parte de atrás, tomamos otro camino, la velocidad
era tan rápida que sentía como si estuviese ebria, las luces de la ciudad se
posaban sobre nosotros y nuestras ropas, su brazo se rodeaba levemente sobre mi
hombro izquierdo, (en ese momento tuve un hermoso sentimiento de pertenencia), sentí que éramos uno solo, que el viento nos golpeaba las venas y que nos
congelaba la cara, que volaban los papeles en el interior, y que él sonreía
secretamente, y que yo también sonreía, que volábamos hacia quien sabe donde, y
que por fin habíamos tomado aquella decisión, y a la ciudad que abandonábamos
decíamos finalmente adiós. Éramos tan altruistas y
fantasiosos, y ese automóvil era tan veloz, que mientras nos conducíamos
hacia quien sabe donde, yo logré imaginar todo ese tipo de cosas, porque lo cierto es
que su mente yacía en otro lado, en ese otro mundo al que realmente pertenecía,
apenas me había regalado dos placeres: el suyo y el mio. No habíamos tomado la
desición de decir adiós a esa ciudad a pesar de que tanto lo queríamos, y yo
preferí que tomase el veloz automóvil de su padre, y siguiera manejándolo hacia
quien sabe donde, antes que yo volviera a
inventarme otras historias dentro de él,  por "una suerte de inercia."
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