Su reloj pulsera... Me podía abstraer largo rato en este
objeto, hipnotizar mi vista en él y embriagarme en la deidad que me produce ahora
el recuerdo.  Pero sin embargo quizás no era el reloj pulsera en sí mismo
lo que me atraía tanto, sino la manera en que éste engalanaba su hermoso brazo,
le daba su forma y le entregaba figura. Había algo en ese reloj que yo
desconocía y me resultaba un enorme enigma, de no estar reprimiendo tanto lo
aclararía con exactitud. Lo cierto es que después de nuestro adiós, cada vez me
era difícil evocar su rostro sin agregar o quitar detalles, y a medida que el
tiempo avanzaba más se convertía en un producto de mi creación imaginaria, más
me entumecía al no lograr recordarlo, y más me detenía en detalles y
pormenores, como en el caso del reloj pulsera. Algo no me permitía recordar ese
rostro que tanto quería, incluso si tuviera siete hermanos idénticos a él yo
sabría reconocerlo en el montón. Cada día recuerdo menos de su rostro, sin
embargo expongo aquí todo cuánto pude recodar de él.
Mi casa era nuestro lugar de encuentro, ahí estaban reunidos
todos nuestros objetos. Cuando estaba fuera de casa por alguna emergencia,
clase o reunión sentía una impaciente necesidad de regresar, dubitaba por largo
rato y resolvía volver. A medida que iba acercándome a casa, también  se iban acercando mis pensamientos y
sentimientos, (esa sensación que tiene el artista cuando se encuentra
inspirado) y se me ensanchaba el corazón imaginando mi casa y aquel teatro
montado en el salón de recuerdos: nuestro museo.  De esa manera contemplaba y me absortaba en los detalles y
formas de los objetos que nos pertenecieron en algún tiempo, y me perdía en
esas imprecisiones de mi vida, hasta que algún ligero sonido de los muebles de
madera cuando por humedad recuperan su forma, algún insecto aleteando contra la
gravedad o gota desde alguna canilla, me dispersaban de mis ensoñaciones. Si
bien siempre instalaba el mismo velador portátil que lo llevaba a casi todos
los mismos lugres de la casa mientras leía o escribía o dibujaba, lo cierto es
que mi vida habría dado un completo giro, muy inesperadamente y se había
empañado por completo del color de almíbar y de la misma luz amarilla, tenue y
pobre del velador y del ritual de aquel teatro montado en el salón de recuerdos.
Nuestros objetos también se habían bañado de ello, y sus detalles relucían aún
más ante este fenómeno, sin embargo, yo buscaba arraigadamente esa sensación de
ver su rostro, él me generaba esa sensación de que
algo, en completa perfección, cabe en toda la palma de nuestra mano. Sim
embargo por su falta me
hacía buscarlo y encontrarlo en miles de detalles de objetos que interrumpían la
 reconstrucción de aquello que yacía cada
vez más olvidado. 
En fin, no
era solamente un mal hábito y una obsesión descarriada sino que también había
sorbido una buena dosis de dolor y esto me extasió o adormeció a un punto en
que, ante aquella multitud de objetos que admiraba, me di cuenta de que no sólo
me producía placer, sino también esperanza y visión futurista; viendo que allí había pan que amasar, llevé las cosas
hasta un extremo de pensar que mi vida se habría desviado de su
camino y ahora debía de darle la forma. Mi hermano Suréya y yo resolvimos salir y dar un paseo por nuestro pueblo de recuerdos antropoideos mutuos, en los techos
que miraban al norte y en los costados de las cúpulas se percibían los mismos
rayos iluminados y ardientes de un incipiente verano, un barco se acercaba al muelle del Miranda, las
mareas que generaba ese barco me hacían olvidar por un momento aquel rostro por completo, lo olvidaba tanto como olvidaba que a mi lado
permanecía mi hermano Suréya ensimismado. Las copas de los cipreses y los delgados álamos bailaban, y el aspecto de los
techos de las lejanísimas casas me traían la tristeza de la tarde, (ya quería
regresar a casa), los ruidos del barrio más abajo, las voces de la gente
dispersa en sus caminatas y los chillidos de los niños que jugaban en el patio
del muelle del Miranda se amalgamaron en mi mente avisándome, que a partir de
ese momento no podría vivir sin aquel teatro montado en el salón de recuerdos. Durante
ese momento de aceptación y resignación se me apareció en completa revelación y
claridad el hermoso, completo, sereno y prolijo rostro de mi amado, olvidado
durante tanto tiempo. Instantáneamente encontré la sensación que él me
generaba, la sensación de que algo, en completa perfección, cabe en toda la
palma de nuestra mano, y lo imaginé sentado junto a una gran copa, en la claridad del hermoso día, con lentes de sol y una sonrisa enormemente dificil de exponer. Mi joven brillante me ensanchó el pecho de una manera tal que mi hermano Suréya y
yo, resolvimos volver a nuestro museo.
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