sábado, 28 de diciembre de 2013

Reloj



Su reloj pulsera... Me podía abstraer largo rato en este objeto, hipnotizar mi vista en él y embriagarme en la deidad que me produce ahora el recuerdo.  Pero sin embargo quizás no era el reloj pulsera en sí mismo lo que me atraía tanto, sino la manera en que éste engalanaba su hermoso brazo, le daba su forma y le entregaba figura. Había algo en ese reloj que yo desconocía y me resultaba un enorme enigma, de no estar reprimiendo tanto lo aclararía con exactitud. Lo cierto es que después de nuestro adiós, cada vez me era difícil evocar su rostro sin agregar o quitar detalles, y a medida que el tiempo avanzaba más se convertía en un producto de mi creación imaginaria, más me entumecía al no lograr recordarlo, y más me detenía en detalles y pormenores, como en el caso del reloj pulsera. Algo no me permitía recordar ese rostro que tanto quería, incluso si tuviera siete hermanos idénticos a él yo sabría reconocerlo en el montón. Cada día recuerdo menos de su rostro, sin embargo expongo aquí todo cuánto pude recodar de él.

Mi casa era nuestro lugar de encuentro, ahí estaban reunidos todos nuestros objetos. Cuando estaba fuera de casa por alguna emergencia, clase o reunión sentía una impaciente necesidad de regresar, dubitaba por largo rato y resolvía volver. A medida que iba acercándome a casa, también  se iban acercando mis pensamientos y sentimientos, (esa sensación que tiene el artista cuando se encuentra inspirado) y se me ensanchaba el corazón imaginando mi casa y aquel teatro montado en el salón de recuerdos: nuestro museo.  De esa manera contemplaba y me absortaba en los detalles y formas de los objetos que nos pertenecieron en algún tiempo, y me perdía en esas imprecisiones de mi vida, hasta que algún ligero sonido de los muebles de madera cuando por humedad recuperan su forma, algún insecto aleteando contra la gravedad o gota desde alguna canilla, me dispersaban de mis ensoñaciones. Si bien siempre instalaba el mismo velador portátil que lo llevaba a casi todos los mismos lugres de la casa mientras leía o escribía o dibujaba, lo cierto es que mi vida habría dado un completo giro, muy inesperadamente y se había empañado por completo del color de almíbar y de la misma luz amarilla, tenue y pobre del velador y del ritual de aquel teatro montado en el salón de recuerdos. Nuestros objetos también se habían bañado de ello, y sus detalles relucían aún más ante este fenómeno, sin embargo, yo buscaba arraigadamente esa sensación de ver su rostro, él me generaba esa sensación de que algo, en completa perfección, cabe en toda la palma de nuestra mano. Sim embargo por su falta me hacía buscarlo y encontrarlo en miles de detalles de objetos que interrumpían la  reconstrucción de aquello que yacía cada vez más olvidado. 
 
En fin, no era solamente un mal hábito y una obsesión descarriada sino que también había sorbido una buena dosis de dolor y esto me extasió o adormeció a un punto en que, ante aquella multitud de objetos que admiraba, me di cuenta de que no sólo me producía placer, sino también esperanza y visión futurista; viendo que allí había pan que amasar, llevé las cosas hasta un extremo de pensar que mi vida se habría desviado de su camino y ahora debía de darle la forma. Mi hermano Suréya y yo resolvimos salir y dar un paseo por nuestro pueblo de recuerdos antropoideos mutuos, en los techos que miraban al norte y en los costados de las cúpulas se percibían los mismos rayos iluminados y ardientes de un incipiente verano, un barco se acercaba al muelle del Miranda, las mareas que generaba ese barco me hacían olvidar por un momento aquel rostro por completo, lo olvidaba tanto como olvidaba que a mi lado permanecía mi hermano Suréya ensimismado. Las copas de los cipreses y los delgados álamos bailaban, y el aspecto de los techos de las lejanísimas casas me traían la tristeza de la tarde, (ya quería regresar a casa), los ruidos del barrio más abajo, las voces de la gente dispersa en sus caminatas y los chillidos de los niños que jugaban en el patio del muelle del Miranda se amalgamaron en mi mente avisándome, que a partir de ese momento no podría vivir sin aquel teatro montado en el salón de recuerdos. Durante ese momento de aceptación y resignación se me apareció en completa revelación y claridad el hermoso, completo, sereno y prolijo rostro de mi amado, olvidado durante tanto tiempo. Instantáneamente encontré la sensación que él me generaba, la sensación de que algo, en completa perfección, cabe en toda la palma de nuestra mano, y lo imaginé sentado junto a una gran copa, en la claridad del hermoso día, con lentes de sol y una sonrisa enormemente dificil de exponer. Mi joven brillante me ensanchó el pecho de una manera tal que mi hermano Suréya y yo, resolvimos volver a nuestro museo.






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