Tumbada
en la cama en la que me había recostado con el mismo vestido de esa noche de
fiesta, pensé largo rato en él, profundamente, y decidí olvidarlo y no volver a verlo en lo
que me quedaba de vida.  
Habíamos dado un largo paseo con el veloz automóvil de su padre, y ahora  al narrar esta historia se que ninguno de
los dos sabíamos exactamente hacia donde nos conducíamos, pero intuíamos que el
mismo camino debía tener alguna sorpresa para nosotros, desde antes de
partir nos encontrábamos embotados y confundidos, como aquel que siente algún tipo
de presagio, y al no poder definirlo ni descubrirlo se abruma en su propia búsqueda.
Ahí estábamos, buscando algo sin la certeza de que la encontraríamos. En efecto,
al final del recorrido de ese camino lo encontramos.
Antes de partir nos sentamos juntos, muy juntos, y preparamos y pensamos en nuestras cosas. Él sacó de sus bolsillos papeles de diferentes tamaños y palabras, y armamos acordeoncitos con esas palabras y nos las regalamos. Nos hablábamos tan poco y sonreíamos tanto porque sabíamos que dirían nuestras palabras si habláramos. Luego cuando nos sentimos preparados partimos viaje, bajo el
espeso sol y los también muy espesos recuerdos compartidos, -en ese momento era
evidente que uno pensaba en el otro y viceversa-. Emprendimos viaje y yo sentía como si absorbiera todos los datos, la velocidad del viento, la temperatura del ambiente, el nivel de su adrenalina en sangre y todos los latidos de mi pecho, y cuanto más los sentia más desconocía hacia donde nos conducíamos y qué sentimientos abrazaba el conductor del veloz automovil de su padre, ignorando que mi corazón podría estallar en cualquier momento por "la velocidad del viento y por desconocer hacia donde nos conducíamos". Cuando comenzamos a sentir el
cansancio del viaje y el peso de la gravedad, los
sonidos de radio ya cerca del atardecer empezaron a aletargar
nuestro cuerpo y nuestra mente y nos propusimos a hacer un descanso. Descendimos del automovil y desde ambos
lados de la carretera se veía un ardiente desierto, el día y sus formas agonizaban, y a sus costados un horizonte:
interminable. Mi vestido se movía con el viento, nuestra fragilidad se percibía en el aire, su cabello bailaba con éstos últimos, y nuestra soledad en ese lugar desierto se completaba en nuestro paisaje expresionista. Él revisó el agua y la normalidad de los motores. Yo miraba a lo lejos simulando entender lo que él hacía. Ya anochecía y la música ahora era aún más lenta, y acompañaba un
descanso cada vez más prolongado y necesario. Subimos nuevamente al veloz automóvil de su
padre, y de manera inesperada se abrazó a mi espalda, rostro, cuello, vestido y
recuerdos, que en ese momento habrían estado en su mayor esplendor, yo me sumergí
dentro de su entrega inesperada, y comenzamos a desenredar toda la fantasía que absorbimos
durante todo el día, durante todo el viaje, y durante nuestras miradas y
pensamientos mientras nos queríamos y no nos lo decíamos. Entre el calor que la
fricción de los cuerpos desprende, de la misma forma en que nos desprendemos de la ropa y los compromisos, nos desprendimos de la gravedad
y del tiempo en ese momento, uno de los pendientes que yo tenía puestos y que había heredado de mi
madre, también se desprendió lentamente de mí y por algún extraño instinto lo evadimos
y nos seguimos besando, nos seguíamos desenredando, nos seguímos abrumando con nuestra fricción mientras seguía atardeciendo y nos seguíamos queriendo.
Cuando
regresé de aquella fiesta en la que únicamente había estado esperando por su llegada en el umbral de la puerta, divisé que tenía un
solo pendiente puesto y que el otro se hallaba completamente extraviado, irrecuperable, y recordé también que jamás lo habíamos encontrado porque ni siquiera lo habíamos buscado, recordé que la camisa que él tenía puesta por algún extraño
motivo me hacía revolver el estómago y las entrañas por una inocencia y un amor incomprensibles hacia él, y al mirarlo puesto yo más lo
quería, recordé el veloz automóvil de su padre repleto de juguetes y
de pequeños objetos con los que entretenerse en un viaje largo y agitado y cuanto
más los recordaba más detalles los encontraba, recordé los acordeoncitos que armamos con todas nuestras palabras y que nos regalamos, recordé el sonido de nuestro
cuerpo (un solo cuerpo hecho materia) mientras nos queríamos, y aún más y más sordamente lo quería. Y fue donde entendí que el comienzo de nuestra historia se halló en un
inerte pendiente perdido, que desató la historia de un montón de otros objetos que luego
encontramos, y que nos describirían y aún nos conservarían.  
Tomé el solitario pendiente y lo observé por largo rato. Lo di vueltas y revueltas con la mano. Los objetos que complementan a toda mujer y hombre me produjeron una enorme sensación de soledad que se agobernó de mi corazón, y una sensación y el deseo de ser suya. Que los dos pendientes se volvieran a encontrar sería tan improbable como nuestro próximo encuentro.
Tomé el solitario pendiente y lo observé por largo rato. Lo di vueltas y revueltas con la mano. Los objetos que complementan a toda mujer y hombre me produjeron una enorme sensación de soledad que se agobernó de mi corazón, y una sensación y el deseo de ser suya. Que los dos pendientes se volvieran a encontrar sería tan improbable como nuestro próximo encuentro.
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